Suicidarse no es noticia ni aquí, ni en Japón. Existe una especie de acuerdo tácito por el que los medios no se hacen eco de la muerte cuando el causante es uno mismo. Miedo al contagio, tabús culturales de origen religioso, o la causa que sea, el caso es el suicidio raramente ocupa noticia en medio alguno ( a menos que el protagonista sea un famoso ). No obstante, de tanto en tanto la regla se rompe. Es el caso de Miguel Ángel, vecino de Granada, que el pasado miércoles se quitó la vida ahorcándose en el patio interior de su propia casa, una hora antes de que fuera desahuciado de la misma. El mismo día, otro hombre, esta vez en Burjassot (Valencia), intentó quitarse la vida tirándose desde el balcón de su piso, mientras un miembro de la comisión judicial tocaba el timbre para ejecutar también una orden de desahucio. Ambos sucesos han sido recogidos ampliamente por la prensa.
Parece entonces, que la asociación de crisis económica, impagos de hipotecas, embargos y suicidio es algo sobre lo que sí se puede hablar. Cuando los problemas del suicida son de otra naturaleza, psíquicos generalmente, sigue valiendo la norma no escrita de los medios. Al menos, eso parece.
Mostrar el dolor y la crueldad de una crisis es necesario para que nadie se olvide de donde estamos. Los que tienen la suerte de ir tirando y esconden la cabeza deben saber que aunque ellos tiren, la sociedad en global no lo hace. Un país donde casi 400.000 familias han perdido sus casas en los últimos cuatro años por no poder pagar lo que deben al banco, es simplemente un país enfermo, degenerado, corrupto inhumano, cruel, salvaje, estúpido. Está bien que todos lo sepamos.
Correlacionar crisis y suicidio es extremadamente difícil. Aún así, la lógica dice que cuanto mayor sean las dificultades económicas, más alta debería ser la tasa de suicidio. La realidad actual española dice que bien podría ser, pero afortunadamente no está muy claro.
Viendo el gráfico de arriba se comprueba que hay una tendencia alzista en el número de suicidios, pero por suerte en términos absolutos, no relativos, las cifras se mantienen relativamente bajas antes y después del inicio de la crisis. Pero ¿por cuánto tiempo será así ? Nadie lo puede predecir, todo dependerá de cuánto dure esta crisis, de su evolución, y de si al fin los que luchan por impedir los desahucios consigan su objetivo o no, entre otros factores.
Otro gráfico y nuestra intuición nos puede ayudar, no obstante, a reflexionar sobre por donde pueden ir los tiros.
El gráfico muestra como a pesar de la crisis, la morosidad hipotecaria de las familias se ha mantenido en valores muy cercanos desde 2.009 hasta aquí. El dato contrasta severamente con el de la morosidad de las promotoras inmobiliarias, que a mitad de año se acercaba de forma exponencial al 30%, lo que supone un monto de 78.582 millones de dudoso cobro, frente a los 19.123 de las familias.
Parece claro que el pufo bancario no debemos buscarlo de momento entre los pobres ciudadanos que compraron una vivienda de precio ficticiamente irreal, hipotecándose de por vida para ello; lo que realmente provoca la crisis bancaria es el sector inmobiliario, que curiosamente se encuentra en manos de los mismos protagonistas de la crisis, esto es, los bancos. Extraña paradoja donde los bancos son origen y fin del problema.
El banco malo cuando esté en marcha antes de que acabe el año supondrá un reset parcial de las deudas bancarias. Las curvas deberán por lo tanto bajar, y se supone que la de los promotores inmobiliarios no volverá a crecer en años o décadas (al menos así debería ser, hay pisos en este país para dar y tomar. Aunque tratándose de España, yo no pondría la mano en el fuego). Pero ¿qué pasará con las hipotecas familiares? Por descontado, a las familias nadie les ayuda, así que si la crisis dura, que es de lo que tiene pinta, la morosidad hipotecaria familiar seguirá creciendo. Todo está de cara para que así sea: más paro (quizás del 30%), menos recursos, más carga fiscal, menos ayudas, etc. A los bancos no les debe preocupar en exceso, si eso pasa, ya vendrá otra vez el Estado a echar una mano. A los ciudadanos, en cambio, nos debe preocupar, y mucho, y es que la primera gráfica que hemos visto se nutre de trabajadores, no de banqueros o políticos. Por algo será.