miércoles, 5 de septiembre de 2012

Las consecuencias de los errores político-económicos (I)

Los errores políticos en marcroeconomía se pagan caros. Las decisiones tomadas en ciertos momentos y en ciertos entornos pueden ser el origen de hechos que lleven a la miseria a cientos de miles de personas, generando tiempos de revueltas y saqueos, provocando, en definitiva, el caos y la destrucción temporal del sistema. Sorprende entonces que se exija tan poco para ejercer la política: nacionalidad y mayoría de edad es  básicamente todo el currículum necesario, incluso para dirigir un país. Pero este no es el tema ahora, ya que lo que se pretende en los próximos dos artículos es ilustrar mediante ejemplos históricos las tremendas consecuencias que pueden acarrean las malas decisiones macroeconómicas tomadas por los políticos.

LA HIPERINFLACIÓN ALEMANA ( 1.922-1.923 )

El Tratado de Versalles firmado el 28 de junio de 1.919 marcó el final de la Primera Guerra Mundial. Las disposiciones impuestas por el tratado supusieron para Alemania la pérdida del 75 por ciento de sus reservas de mineral de hierro, el 25 por ciento de las de carbón y el 20 por ciento de su capacidad productiva de hierro y acero; así como la obligación de pagar ingentes reparaciones de guerra en forma de dinero. Cinco meses después de la firma del Tratado, se sancionaba en la población de Weimar la Constitución que daba nacimiento al II Reich alemán. La Constitución de Weimar definía al imperio alemán como una república federal con nueve estados, encabezada por un presidente elegido por votación popular, el cual a su vez tenía la facultad de elegir al canciller para que formara un gobierno. La Constitución de Weimar junto a la Constitución de México sancionada dos años antes, dieron origen al constitucionalismo social, que estableció el Estado de bienestar y reconoció los derechos de los trabajadores. 

Durante la Primera Guerra Mundial el gobierno alemán acuciado por el coste de la contienda decidió comenzar a emitir papel moneda, llamando  Papiermark a estas nuevas emisiones, que a diferencia del marco oro, Goldmark, carecía de respaldo en oro y no era convertible en este metal precioso. Esta decisión iba en contra del esquema del patrón oro de la época, el cual requería que todas las emisiones de papel moneda de un país estuvieran respaldadas por el más noble de los metales. Reparaciones de guerra y costosos programas de salud pública y bienestar social derivados de la nueva Constitución impidieron el abandono del Papiermark tras el fin de la guerra.  Nada más lejos de ello. El gobierno gastaba mucho, en parte por culpa del "Diktak" de los aliados, en parte por la política social elegida, pero además recaudaba muy poco,  los impuestos apenas cubrían el 15 por ciento de los gastos. En vez de subir los impuestos, y moderar el gasto social, la solución fue recurrir al Papiermark; dándole a la manivela de la máquina del dinero se disponía de la liquidez necesaria para hacer frente a los pagos del Estado. Es sabido que unos de los efectos de esta política monetaria es el aumento de precios o inflación. Lógico, la riqueza del país en un momento dado es la que es, el dinero es la representación virtual de esa riqueza, si pones en circulación más dinero de un día para otro, todos los productos que componen  la  riqueza del país tenderán a subir de precio, ya que dicha riqueza no aumenta sólo por el hecho de haber impreso más papel.  

Y eso es precisamente lo que pasó, un proceso inflacionista que se autorealimentaba. Los precios subían, haciendo que el déficit público aumentase, para compensarlo el gobierno imprimía más papel, lo cual acarreaba nuevas subidas de precio, ante lo cual el gobierno volvía a imprimir más papel, y así sucesivamente. El colapso se produjo el 30 de octubre de 1923. Ese día, el precio del dólar norteamericano, que había valido 4 marcos en 1914, alcanzó la extraordinaria cotización de 6 billones de marcos.


      

Debido a la subida imparable de precios ( un sándwich que constaba un día 14.000 marcos pasaba al día siguiente a costar 40.000 marcos ), había que añadir cada vez más ceros a los billetes, llegaron a circular billetes de 100 billones de marcos. Así los billetes con menos ceros, emitidos no hacía muchos días o incluso horas, pasaban a no valer nada. No es de extrañar que la gente los usase como combustible para la calefacción, como papel de empapelar la casa, o que los niños jugasen en la calle con ellos. La mayoría de gente perdió todos sus ahorros, y el estado dejó de recaudar impuestos, ya que simplemente había que retrasar el pago unos días para que la cantidad debida se convirtiese en pura calderilla. La Hacienda se hundió, y el gobierno, cada vez con menos ingresos, se financiaba exclusivamente a base de imprimir más y más billetes ( las imprentas no daban a basto ). La pobreza, el pillaje, los saqueos y revueltas se extendieron como la pólvora. La gente no entendía como de un día para otro se veían en esa situación de miseria y caos. 

El gobierno lejos de reconocer sus errores, se inventaba chivos expiatorios. Los verdaderos causantes de aquella situación no eran otros que los aliados y los banqueros y  prestamistas. Estos últimos, en su mayoría de origen judío, comenzaron a estar en el punto de mira de muchos alemanes como causantes de la decadencia alemana a causa de su infinita codicia. Ese discurso fue recogido y amplificado por un tal Adolf Hitler, que gracias a la pérdida de fe de la gente en los mecanismos de la democracia y el capitalismo, que no habían podido protegerlos del desastre. pasó en poco tiempo de ser un perfecto desconocido a responsable de poner fin a la República de Weimar, instaurando diez años más tarde el III Reich.

La hiperinflacción alemana terminó en noviembre de 1.923 con la introducción del Rentenmark. La nueva moneda tenía su soporte en el valor de la tierra, y comenzó cotizándose a 4,2 unidades por dólar. La época de los ceros interminables en los billetes tocaba a su fin.

Actualmente Europa vuelve a estar en crisis, aunque curiosamente Alemania ya no es aquel país derrotado y hundido, ahora es el motor de Europa.  Alemania sintió en sus carnes el problema de la inflación, y no sé de que manera, lo que pasó en aquellos años  logró incorporarse en el ADN de los alemanes. Si hoy sentimos a Angela Merkel, o al presidente del Bundesbank, decir no y mil veces no a la financiación de los estados miembros mediante dinero del BCE es en parte a lo que sucedió tras la I Gran Guerra. Pero nadie mejor que Alemania debería saber que igual que te hundes y te recuperas, puedes volver a hundirte si cometes errores. Obsesionarse por mantener la inflación controlada, desatendiendo el resto de variables macroeconómicas puede acabar siendo también un error de consecuencias incontrolables. Puede acabar matando a la actual moneda de los alemanes.  De momento, algo es seguro, Alemania no se volverá a hundir por los efectos de la hiperinflación. Pero para salvar el euro hay que hacer algunas concesiones, aunque esas supongan un cierto riesgo de subida de precios. Como en tiempos del II Reich, hay quien ya ha encontrado su particular chivo expiatorio. Esta vez le toca a los malgastadores y vagos vecinos del sur, que solo saben que gastar y pedir, gastar y pedir. Las verdades a medias, o las falsedades disfrazadas de verdad tienen consecuencias, y ya deberíamos haber aprendido que hay juegos a los que mejor no jugar.

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